Evergreen [libre]

Ese lugar le gustaba. Cuando podía darse el “lujo” de pasear por la tierra a ver cómo “seguía” todo, recurrir a un lugar como ese le agradaba. Todo estaba siempre verde, florido y lleno de una pizca de energía. Era Hyde Park en Londres, Inglaterra. Sentía siempre que esa ciudad que lo llamaba y le fascinaba de formas muy misteriosas. Caminó por el parque sintiendo la brisa que le chocaba contra la cara y revoloteaba con los largos cabellos negros. Logró apaciguar el movimiento inquieto de estos con una mano y continuó caminando. Cuando se “materializaba” en el mundo humano no cambiaba demasiado a como lucía como un ente celestial. Lucía igual, quizás más pálido que un humano regular pero fuera de eso era otra persona dentro del montón. A veces llamaba la atención como le solía pasar a los seres celestiales como a los del mismo averno, cosas comunes y sin importancia. Llegó al parque por la mañana. A esa hora la mayoría de las personas salía a dar un paseo, otras a hacer ejercicio y algunos sólo a pasar por el parque londinense. Él fue por gusto propio y mera atracción al lugar.

Sus pasos eran tranquilos y buscaban llamar lo menos posible la atención. Recorría el parque, pasando por debajo de los árboles que a la brisa dejaban soltar un par de hojas que no se sujetaban con la suficiente fuerza para no perecer ante el viento. Estas hojas creaban un pequeño remolino en el viento que se disolvía cuando la brisa soplaba y despejaban el camino justo cuando iba a pasar. Se detuvo cuando llegó a una de las fuentes y a lo lejos divisó los bancos. Primero pasó frente a la estructura y la observó con entretención, viendo los chorros de agua salir con fuerza por los aires para que al final las gotas cayeran por la gravedad. Esto lo hizo durante el tiempo que le tomó pasar frente a ella hasta llegar a los asientos debajo de las sombras. Por suerte, estaban en su mayoría vacíos y pudo escoger uno donde la sombra y brisa se combinaban a la perfección, y de paso, la fuente se veía mejor que nunca. Se acomodó un mechón rebelde de pelo tras la oreja y volvió a mirar hacia el lugar a la par que un pensamiento tonto le llegaba a la mente: “Ver a Hyde en Hyde Park”. Rió apenas por ello y siguió disfrutando de la calma que algo como estar allí sentado, bajo la sombra y con el viento, podría brindar.